Un poema de
Agustín Calvo
Llegas, escurridizo como un glande untado, mientras me
adiestro en el mecenazgo de airear las sábanas en el balcón. Al instante siento
tu mano en mi pescuezo y me dejo deshacer sin haber podido limpiar bajo la
cama, sin haber podido inflar las almohadas, sin haber podido colocar una
colcha a contratiempo. No dejo que me muerdas, apenas me empujas y caigo de
frente, me aplasto sobre el colchón desnudo. Tu mano aún tarda entre mis piernas
abiertas. Deseo que nunca más te afeites.
No hay comentarios:
Publicar un comentario